Esta Alma

Esta Alma —dice Amor— no se cuida de vergüenza ni de honor, de pobreza ni de riqueza, de alegrías ni penas, de amor ni odio, de infierno ni paraíso.

Razón: ¡Ah, por Dios, Amor!, ¿qué significa lo que estáis diciendo?

Amor: ¿Qué significa? —dice Amor—. Ciertamente eso lo sabe aquel al que Dios le dio entendimiento y ningún otro, pues las Escrituras no lo enseñan, ni sentido humano lo comprende, ni el esfuerzo de las criaturas logra entenderlo o comprenderlo, puesto que es un don concedido por el Altísimo en el que la criatura es arrebatada por la plenitud del conocimiento y no queda nada en su entendimiento. Y esta Alma, que se ha convertido en nada, lo tiene todo y por ello no tiene nada, lo quiere todo y no quiere nada, lo sabe todo y no sabe nada.

Razón: ¿Y cómo puede ser, dama Amor —dice Razón—, que esta Alma pueda querer lo que dice este libro si antes ha dicho de ella que no tiene en absoluto voluntad?

Amor: Razón  —dice  Amor—,  no  es  su  voluntad quien  lo  quiere,  sino  que  es  la voluntad de Dios que lo quiere en ella; pues no es que esta Alma habite en Amor y Amor le haga querer esto a través de algún deseo, sino que Amor, que ha atrapado su voluntad, habita en ella y, por eso, de ella Amor hace su voluntad. Desde ese momento Amor obra en ella sin ella, por eso no hay pena que pueda permanecer en su interior.

Esta Alma —dice Amor— ya no sabe hablar de Dios, pues está anonadada respecto a todos sus deseos exteriores, a sus sentimientos internos y a todo apego del espíritu, en la medida que hace lo que hace por la práctica de buenas costumbres, o por mandamiento de Santa Iglesia, sin ningún deseo, pues en ella, la voluntad que producía el deseo, está muerta.

Margarita Porete. El espejo de las almas simples

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