Amor

[Amor:] A quien preguntase a estas Almas libres, seguras y pacíficas, si querrían estar en el purgatorio, le responderían que no; si querrían estar en esta vida con la certitud de salvarse, le responderían que no; o si querrían estar en el paraíso, le responderían que no. Pero ¿con qué habrían de quererlo? No tienen en absoluto voluntad y si quisieran algo se alejarían de Amor; pues aquel que posee su voluntad conoce lo que es bueno para ellas y eso les basta, sin que lo sepan ni tengan la seguridad. Estas Almas viven de conocimiento, amor y loor; esta es su continua práctica sin que se muevan de sí mismas, pues Conocimiento, Amor y Loor habitan en ellas. Tales Almas no se saben encontrar buenas o malas, ni tienen conocimiento de sí mismas, ni sabrían juzgar si han sido convertidas o pervertidas.

Amor: Para hablar con brevedad, tomemos por ejemplo un Alma —dice Amor— que no desee ni desprecie pobreza ni tribulación, ni misa ni sermón, ni ayuno ni oración, y le dé a Naturaleza cuanto le haga falta sin remordimientos de conciencia; pues bien, esta naturaleza se halla tan bien ordenada en ella por la transformación de unidad de Amor, a la que se acopla la voluntad del Alma, que no pide nada que esté prohibido. Un Alma así no tiene cuidado de lo que pueda hacerle falta más que en el momento mismo en que le hace falta; y nadie puede dejar de cuidarse de estas cosas si no es inocente.

Razón: ¡Ah, por Dios! —dice Razón—, ¿qué quiere decir eso?

Amor: A esto os respondo, Razón —dice Amor—, como ya dije antes y os lo repito una vez más,  que ni todos los maestros de las ciencias de naturaleza, ni todos los maestros de la escritura, ni todos cuantos permanecen en el amor y obediencia a las Virtudes lo entienden ni lo entenderán como hay que entenderlo. Estad segura de ello, Razón —dice Amor—, pues nadie entiende estas cosas excepto aquel a quien Amor Puro llama. Y si por ventura se encontrasen Almas así, ellas si quisieran dirían la verdad, pero no creáis que las entendería nadie más que aquel que busca Amor Puro y Caridad.

Este don —dice Amor— se otorga a veces en un instante; quien lo reciba que lo guarde, ya que es el don más perfecto que Dios concede a la criatura. Esta Alma es discípula de la Deidad, toma asiento en el valle de la Humildad y en la llanura de la Verdad y reposa en la montaña del Amor.

Margarita Porete. El espejo de las almas simples

Comentarios

Entradas populares de este blog

La alegría