Para comenzar a orar

Para comenzar a orar, sólo necesitamos la determinación de comenzar. Comenzar a descubrir nuestras raíces, comenzar a descubrir nuestro potencial, comenzar a retomar a la fuente. Y Dios es nuestra fuente. En la simplicidad de la oración, más allá de todo pensa­miento y de toda imaginación, descubrimos en profunda simplicidad que estamos en Dios, comenzamos a comprender que estamos en Dios en quien vivimos y nos movernos y tenemos nuestro ser. Podemos intentar describir esta creciente conciencia, descubierta en el silencio y en el compromiso diario, como "conciencia indivisa".
La oración es, simplemente, este estado de simplicidad que nos conduce  a un desarrollo  completamente maduro  de nuestra inocencia original. Como lo expresó Santa Catalina de Génova: "-Mi yo es Dios. No me conozco a mí misma salva si no es en Dios". Lo maravilloso de la proclamación del cristianismo es que rodos estamos invitados a este estado de simple y amorosa unión con Dios. Esto es lo que Jesús vino a proclamar  y a dar cumplimiento. A esto es a lo que estamos invitados: a abrirnos a "Mi yo es Dios. No me conozco salva si no es en Dios".
Como sabemos a partir de nuestra triste experiencia, nos distraemos muy fácilmente. El amor de Dios nos es otorgado libre, generosa y universalmente. El amor de Dios fluye en nuestros corazones como un poderoso manantial. Pero, al igual que la Marta del relato evangélico, estamos todos demasiado ocupados con demasiadas cosas.
Todos deberemos entonces enfrentar nuestra propia falta de disci­plina. Deberemos llevar a la quietud a nuestras incansables y dispersas mentes.
Es una de las primeras grandes lecciones de humildad que tenemos que aprender: darnos cuenta de que alcanzaremos la sabiduría y la quietud, atravesando las distracciones, sólo por voluntad de Dios. Su oración es Su don y lo único que tenemos que hacer es disponernos a recibirlo, y esto sólo lo podremos hacer si permanecemos en silen­cio. El silencio es la respuesta humana esencial al misterio de Dios, a la infinitud  de Dios. Aprendemos a estar en silencio cuando nos sentimos satisfechos de repetir nuestro mantra en humilde fidelidad.
John Main OSB. Silencio y quietud

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