El deber de cualquier persona que haya tenido el menor atisbo del amor de Dios es protestar contra la inhumanamente cruel y falsa psicología del misticismo que presenta la "santidad" y la "contemplación" como riquezas que se adquieren. Como si la santidad y el misticismo fueran bienes que hemos de obtener para ser aceptables en el reino de Dios, del mismo modo que hay que tener un coche nuevo cada dos años, una casa de campo y un televisor para ser aceptable en las ciudades de los hombres. Al parecer, el coche nuevo y todo lo demás indican que su propietario no es un holgazán ni un perezoso, que es fiel a las normas vigentes. Del mismo modo, también se supone que los consuelos espirituales y las virtudes son el signo de que una persona ha trabajado lealmente al servicio de Dios. Pero a la experiencia contemplativa no se llega por la acumulación de visiones y pensamientos grandiosos ni por la práctica de mortificaciones heroicas. No es algo que se pueda comprar con moneda alguna, por muy espiritual que ésta pueda parecer. Es un don gratuito de Dios, y tiene que ser un don, ya que esto forma parte de su misma esencia. Es un don del que ninguna de nuestras acciones podrá jamás hacernos plena y estrictamente dignos. En efecto, la contemplación no es necesariamente un signo de merecimiento o de santidad. Es un signo de la bondad de Dios y nos capacita para creer más firmemente en Su bondad, para confiar más en Él y, sobre todo, para ser más fieles en nuestra amistad con Él. Éstos deberían ser nuevamente los frutos de la contemplación, pero no nos sorprendamos si la contemplación nace del puro vacío, en la pobreza, el abandono y la noche espiritual. Thomas Merton OSB. Nuevas semillas de contemplación

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