Tú, Señor

Tú, Señor, permaneces eternamente, pero no es eterno tu enojo contra nosotros; quisiste tener misericordia del polvo y la ceniza y te agradó reformar mis deformidades. Con vivos estímulos me agitabas para que no tuviera reposo hasta alcanzar certidumbre de ti por una visión interior. Y así, el toque secreto de tu mano medicinal iba haciendo ceder mi fatuidad y la agudeza de mi mente conturbada y entenebrecida se iba curando poco a poco con el acre colirio de mis saludables dolores.

San Agustín. Confesiones

Comentarios

Entradas populares de este blog

La alegría