Te escucho, Dios, y veo, y palpo en el latido de todo lo que en ti me vive. Y me dejo llorar en tu rocío, Señor del universo, mientras, armado de valor, me hundo y más me hundo en el pozo abisal de tus silencios. Tú, voz de toda voz, aliento en todo aliento, reclamo a todas horas; cauce y camino virgen donde el miedo a perderte se evapora, al borde de este instante, cuando el asombro brota. Rafael Redondo. El brotar de un asombro

Comentarios

Entradas populares de este blog

La alegría