Quiero que entiendas claramente que en esta obra no es necesario indagar hasta el más mínimo detalle sobre la existencia de Dios ni tampoco de la tuya. Pues no hay nombre, ni experiencia, ni intuición tan afín a la eternidad de Dios como la que tú puedes poseer, percibir y experimentar de hecho en la ciega conciencia amorosa de esta palabra: es. Descríbelo como quieras: como Señor bueno, amable, dulce, misericordioso, justo, sabio, omnisciente, fuerte, omnipotente; o como conocimiento sumo, sabiduría, poder, fuerza, amor o caridad, y encontrarás todo esto junto escondido y contenido en esta palabrita: es. Dios en su misma existencia es todas y cada una de estas cosas. Si hablaras de él de mil maneras diferentes, no irías más allá ni aumentarías el significado de esta única palabra: es. Y si no usaras ninguna de ellas, no habrías quitado nada de la misma. Sé, pues, tan ciego en la amorosa contemplación del ser de Dios como lo eres en la desnuda conciencia de ti mismo. Cesen tus facultades de inquirir minuciosamente en los atributos de su ser o del tuyo. Deja esto atrás y dale culto enteramente con la sustancia de tu alma: todo lo que eres, tal cual eres, ofrecido a todo lo que él es, tal cual es. Pues tu Dios es el ser glorioso de si mismo y de ti, en su ser totalmente simple y puro. El libro de la Orientación Particular. Anónimo

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