Para la gente de hoy
Para la gente de hoy, la palabra oración sugiere
a menudo pasividad o inacción, pero no es ninguna de
estas dos cosas. La oración es el camino a un estado pleno del ser. Verdaderamente
es el estado del ser anterior a toda acción, y sin el cual toda acción
tenderá a ser superficial, sin significado de permanencia. Toda acción sana en
nuestras vidas debe fluir de nuestra unicidad con el ser. Esto significa que al
orar aprendemos a estar absolutamente alertas y a
aceptarnos a nosotros mismos de manera plena, amándonos y
conociéndonos arraigados y fundamentados en la profunda realidad que llamamos
Dios.
Durante la mayor parte de nuestra vida, vivimos
en el nivel superficial, reaccionando casi siempre a lo mediático. Pero, en la
oración no reaccionamos ante estímulos externos. Aprendemos más bien a vivir
desde las profundidades de nuestro ser, en donde encontramos y
respondemos al supremo y único estímulo: nuestro Creador. Cuando nos alineamos
en respuesta a esa fuente que nos ha llamado a la existencia, comenzamos a ser
la persona que estamos llamados a ser. Ser la persona que somos significa
disfrutar el don de nuestra propia creación, antes que y más allá de todo
deseo, coda expectativa y toda demanda. Los padres monásticos primitivos
describieron este estado como el estado en el que somos uno más allá de todo
deseo, porque somos absolutamente completados por la plenitud de
Dios. Ser uno, es ser pleno. Disponemos de todo lo necesario para alcanzar la
unicidad, la plenitud, para pasar más allá de todo deseo. El deseo es
indeseable porque sólo complica y divide lo que está destinado a ser simple y
unido.
La experiencia de la oración es, por lo tanto,
la experiencia de la simplificación: aprender a ser cada vez más
profundamente simples. Este es el secreto de toda felicidad; disfrutar lo que
es. Existir es nuestra experiencia primaria. Antes de tenerlo todo, antes de
hacerlo todo, el ser es lo perdurable. Es lo que tenemos de eterno.
John Main OSB. Silencio y quietud
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