Lo profundo de nuestro corazón

La oración es, de alguna manera, como una excavación minera, ya que tenemos que ir a lo profundo de nuestro corazón, y -desde la perspectiva cristiana- este descenso a las profundidades  de nuestro ser deja al descubierto el gran tesoro que cada uno de nosotros posee: el Espíritu de Dios en nuestro interior.
Sería de mucha utilidad orar temprano  en la mañana y temprano en la tarde. Cada uno tiene que encontrar,  dentro de las cir­cunstancias de su vida, los momentos que mejor le acomoden. Pero si pueden, mediten temprano como primera actividad de la mañana, y como primera actividad de la tarde. Es bueno llegar a la oración purificados, lavarse por lo menos la cara y las manos, de manera de limpiar el polvo del día o el aletargamiento de la noche. Este lavado nos prepara físicamente para permanecer  alertas a la pureza de la oración.
Luego debemos preparar nuestro espíritu respirando regular, calmada y profundamente. Esto preparará el escenario para el trabajo serio al que nos abocaremos. Recuerden que la oración es entrar en la presencia de Aquel que es. Y es en su Presencia, en la presencia de Aquel que es, que nosotros aprenderemos a ser; a  ser la persona que estamos llamados a ser. Para orar deberemos atravesar todas las imágenes y, sobre todo, la imagen que tenemos de nosotros mismos. De manera que cuando comencemos a orar, nos despojemos de todas nuestras máscaras. Nosotros,  por decirlo de alguna manera, las dejaremos de lado y comenzaremos a ser la persona ver­dadera que somos, en absoluta simplicidad. Luego comenzaremos a repetir nuestra oración. Recuerden, repetimos no para impresionar  o para crear alguna imagen posterior de nosotros mismos, ni siquiera una imagen espiritual Repetimos la palabra para dejar de lado todas las imágenes, todas las palabras, de manera de permanecer en absoluta simplicidad y quietud.
John Main OSB. Silencio y quietud

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