No hay otro Dios que aquel de quien nada en absoluto puede conocerse; solo ese es mi Dios del que nada sabe decirse y al que ni siquiera todos los seres del paraíso pueden alcanzar en lo más mínimo aunque tengan algún conocimiento de él. Y en ese «más» se encierra —dice el Alma— la soberana mortificación del amor de mi espíritu, y esto es y será por siempre toda la gloria del amor de mi alma y la de todos aquellos que se entendieron. El espejo de las almas simples. Margarita Porete

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