¡Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva!
Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo,
y allá afuera te andaba buscando.
Me lanzaba todo entre las hermosuras que tú creaste.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo;
me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti.
Pero tú me llamaste, y más tarde me gritaste, hasta romper finalmente mi sordera.
Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera.
Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti.
Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto.
Me tocaste, y con tu tacto me encendiste en tu paz.
San Agustín. Confesiones
Renovaos en la mente y en el espíritu
Para tender a la perfección , hay que revestirse del Espíritu de Cristo. Vicente de Paúl
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