Estamos atestados de distracciones
Una de las primeras cosas
que descubrimos al comenzar a orar seriamente es que estamos atestados de
distracciones y que no es tan fácil ir más allá de ese nivel superficial de los
análisis y planificaciones del ego, hacia lo profundo. Es humillante descubrir
que después de toda nuestra educación, con todos los títulos alcanzados en
tantas áreas de capacitación, no podamos permanecer en quietud más de unos
instantes, mientras nuestra mente deambula creando fantasías ridículas con
pensamientos que circulan por todos nuestros niveles mentales. No podemos
permanecer en quietud. Cuando comenzamos a orar y descubrimos esto, se nos
presentarán inmediatamente dos tentaciones enfrentadas. La primera será
abandonar completamente y decir: "No tiene sentido, no vale la pena, esto
me supera". La segunda tentación será decir: "Analizaré lo que está
pasando". La primera tentación nos conduce a la desesperación
o a evadir el desafío. La segunda es la tentación que nos conduce a la
autoobservación, a estar desproporcionadamente interesados y comprometidos con
nuestros propios procesos mentales.
El arte de la oración enseña la disciplina de perseverar, y perseverar todos los días como alguien que está comprometido con la profundidad, la seriedad y la plenitud de la vida. Es decir, orar es negarnos a vivir en la superficie como un estado normal y necesario del ser.
La oración profunda incrementará gradualmente nuestra disciplina y nuestro compromiso crecerá proporcionalmente, si nos atenemos a ella en nuestra práctica diaria. La oración también nos enseñará a apartarnos del yo, a elevarnos por encima de nuestros propios pensamientos, a desapegamos de nuestro propio egocentrismo, de nuestras vanidades, temores y deseos. Nos conducirá naturalmente más allá, a algo mucho más grande de lo que jamás encontraremos en los análisis o autoobsesiones que nuestra cultura prioriza tanto. Habremos comenzado un camino atravesando la pequeñez del ego, y la forma de atravesarlo es el camino de la oración.
El arte de la oración enseña la disciplina de perseverar, y perseverar todos los días como alguien que está comprometido con la profundidad, la seriedad y la plenitud de la vida. Es decir, orar es negarnos a vivir en la superficie como un estado normal y necesario del ser.
La oración profunda incrementará gradualmente nuestra disciplina y nuestro compromiso crecerá proporcionalmente, si nos atenemos a ella en nuestra práctica diaria. La oración también nos enseñará a apartarnos del yo, a elevarnos por encima de nuestros propios pensamientos, a desapegamos de nuestro propio egocentrismo, de nuestras vanidades, temores y deseos. Nos conducirá naturalmente más allá, a algo mucho más grande de lo que jamás encontraremos en los análisis o autoobsesiones que nuestra cultura prioriza tanto. Habremos comenzado un camino atravesando la pequeñez del ego, y la forma de atravesarlo es el camino de la oración.
John Main OSB. Silencio y
quietud
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