Y tú, quien quiera que seas

Y tú, quien quiera que seas, que vives en soledad, y llevas una vida solitaria después de haber llevado tus rebaños, es decir tus simples pensamientos y tus humildes afectos, a las profundidades de tu amorosa voluntad, hallaras allí la fuerza de tu humildad, que hasta ese momento sólo había producido espinas y abrojos, resplandeciente con la luz de Dios. Porque glorificarás y llevarás a Dios en tu propio cuerpo. Éste es el divino fuego que nos alumbra sin quemarnos, resplandece pero no nos consume… Y la zarza que arde sin consumirse es la naturaleza humana, encendida con el fuego del amor divino e intacta, porque no se ha visto afectada por el menor toque de destrucción.

B. Rudolfi. Constituciones

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