Si Dios quiere que yo vaya detrás de un arado, nunca llegaré a ser santo si aspiro a ser poeta. Y, por el contrario, si quiere que sea poeta, la única manera que tendré de alcanzar la santidad será siendo el mejor poeta que pueda. Ésa es la lección de la parábola de los talentos. Hemos de trabajar con lo que Dios nos da. Si sólo me ha dado un talento, no me excluirá del cielo por no poseer dos. Si quiere que sea General, nunca llegaré a Él despojándome del bastón de mando para tomar con falsa humildad un fusil como un soldado. Y he de utilizar el bastón de mando como llave para el cielo, pues ninguna otra arma, bastón o báculo podría abrir aquella cerradura. Esto es lo que debemos de aprender y recordar. Lo que estropea nuestras vidas es tanto enterrar nuestros talentos, como luchar por ser algo para lo que no fuimos creados. Es decir, lo que nos impide ser santos es querer ser lo que no somos, pues eso significa estar insatisfecho con la voluntad de Dios con respecto a los nosotros. Raymond. Trapense. Tres monjes rebeldes

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