La sinceridad

¿Somos de verdad sinceros si expresamos sentimientos profundos de amor que no sentimos, especialmente si de hecho nuestro corazón está muy frío y nuestra mente está tan absorbida por las distracciones que, aun cuando no las queramos, se han apoderado casi por completo de nuestro corazón en este momento? En estos momentos lo que hay que hacer es lamentar nuestro estado de distracción y realizar un esfuerzo sincero por orar a la vez que admitimos que realmente hemos empezado la oración sin ningún deseo de orar, sólo llevados por la rutina.

La sinceridad nos exige que hagamos lo que podamos para romper la cadena de la rutina de nuestras almas, incluso si esto implica ser poco convencionales. Si de verdad no se sentimos deseos de orar, parece que al menos es más sincero reconocer este hecho anterior que asegurar a Dios que sentimos un fervor ardiente. Si admitimos la verdad, empezaremos con una base de humildad, reconoceremos nuestra necesidad de esforzarnos y quizás seremos recompensados con un poco de la gracia de la compunción, que es la más preciosa de todas las ayudas en la oración. La compunción consiste sencillamente en tomar conciencia de nuestra indigencia y frialdad, y de la necesidad que tenemos de Dios.

Thomas Merton OSB. Nuevas semillas de contemplación

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