Durante los primeros años de mi conversión a Cristo, la insondable bondad de Dios me lanzo “cruelmente “ al infinito, haciéndome sentir mi insuficiencia, mi kenosis, mi “ nada “. Gracias a este don mi corazón se purificó de la herida mortal del orgullo y se volvió capaz de contemplar a Dios en el amor y la paz, de recibir de Él una vida nueva, incorruptible. La Oración, experiencia de eternidad. Archimandrita Sophrony

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